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Crítica del concierto de Zaragoza en Heraldo de Aragón

Crítica del concierto de Zaragoza en Heraldo de Aragón

Apología del “secretismo”

Por Gonzalo de la Figuera

Entiéndase por “secretismo” la profesión de fe y devoción total que manifiestan los fans más acérrimos del veterano grupo madrileño liderado por Álvaro Urquijo; es decir, gente como el millar de espectadores que llenaron anteanoche el aforo del Teatro Principal, y que no cesaron en las continuas expresiones de afecto y cariño hacia los músicos. Arropados por un ambiente tan cálido y acogedor, y ayudados por un sonido límpido y cristalino, Álvaro y sus colegas ofrecieron un concierto de factura impecable: una auténtica golosina para sus seguidores, que no cabían en sí de gozo.
La excusa de esta nueva gira de Los Secretos es la publicación de su nuevo álbum, “Una y mil veces”. Mas, en realidad, las nuevas canciones eran lo de menos; lo que su público demandaba eran los títulos clásicos de la banda, que ocuparon las tres cuartas partes del repertorio. Así que sonaron piezas imprescindibles como “Déjame”, “Ojos de gata”, “Y no amanece”, “Quiero beber hasta perder el control”, “Agárrate a mí María”, “Pero a tu lado”, “Otra tarde”, “Por el bulevar de los sueños rotos”, “Ojos de perdida”, “Te he echado de menos” (dedicada a la memoria de Enrique Urquijo) o una curiosa versión a capella de “Sobre un vidrio mojado”, con la que se despidieron del escenario.
Respecto al nuevo material, pudimos escuchar “Nada para ti”, “Nos vemos en abril”, “Sólo para mí”, “Háblame”, “Nos quisimos sin querer” y “Una y mil veces”, esta última quizá la más apetecible e inspirada de todas ellas. O, al menos, la que más se aparta del característico estilo del grupo; porque, no nos engañemos, Los Secretos apenas han alterado su fórmula sonora en todos estos años, una fórmula que ofrece pocas variantes: pop melódico aderezado con influjos de country y leves aires fronterizos, tempos medios que se repiten una y otra vez sin apenas diferencias, apostándolo todo a la carta de las melodías emotivas.
Claro que así les ha ido bien y eso es lo que su público les pide, de modo que nadie espera de ellos grandes innovaciones, y menos a estas alturas: bastante han hecho con superar tragedias varias, la más dura la muerte de Enrique, su líder natural.
Su hermano Álvaro ha tomado el relevo con creciente soltura y mantiene muy dignamente la carrera del grupo, aunque sus últimos discos poco aporten ya a lo ofrecido anteriormente. Poco importa: mientras sigan tocando sus viejas canciones, los incondicionales seguirán acudiendo a sus conciertos.

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